Fotografía Profesional

Alaska & Segura retratos


NO VOLVERÁ A PASAR, NO LO VOLVERÁS A VER

Había quedado con Alfredo justamente en el José Alfredo, nuestro meeting point madrileño, para hablar de Alaska y Segura, el nuevo programa que TVE me acababa de encargar, continuando el formato iniciado con Torres y Reyes y Alaska y Coronas. Yo quería que, como en los anteriores, los invitados se llevaran un recuerdo especial de su paso por el programa, y me hacía ilusión que esta vez fuera una foto de Alfredo Tobía. 
Me gustaba mucho la serie de retratos que Alfredo había hecho para el canal Divinity, esa provocadora combinación de blanco y negro con rosa chicle, al servicio de una idea feliz donde los personajes, siguiendo la estela de sus célebres series Kikiriki o Adios Carnaval, encuentran en la impostura juguetona del disfraz su yo más auténtico. Pero Alfredo no quería repetirse, sino encontrar el concepto que expresara fotográficamente las señas de identidad de Alaska y Segura.
Le conté entonces lo que Fran Llorente –mi cómplice en todo el proyecto- y yo nos habíamos propuesto: hacer una televisión de momentos únicos, cuyo grito de guerra fuera “No volverá a pasar, no lo volverás a ver”. Y enseguida a Alfredo se le ocurrió la idea, romántica y descabellada, de retratar a los invitados con una cámara de minutero –“la Polaroid del siglo XIX”, en expresiva definición de Alfredo-, que habría que fabricar a imagen y semejanza de las que usaron los tatarabuelos de la Fotografía. 
Era una idea genial que un programa hecho de momentos únicos regalara a sus invitados una foto irrepetible. Y toda una declaración de intenciones en plena era del selfie: reivindicar la mirada autoral del fotógrafo frente al tsunami banalizador de Instagram. Por desgracia, terminó siendo una idea incompatible con los ritmos de un programa en directo de la complejidad del nuestro, como enseguida pudo comprobar Alfredo, acarreando de un lado a otro la preciosa pero mastodóntica cámara de minutero –tres kilos pesaba la condenada, sin contar con el aparatoso trípode- que Armando Marín le había construido con mimo de lutier en la Casa de la Imagen.
Decidimos guardar la Polaroid del siglo XIX para mejor ocasión, pero Alfredo mantuvo vivo el empeño de conseguir fotos irrepetibles de momentos únicos. El resultado es espectacular, como podéis comprobar en esta antología. Una selección de retratos hechos con la urgencia del caos que, sin embargo, parecen el resultado final de una laboriosa sesión de estudio. 
Y es que Alfredo, como artista genuino que es, se crece con las dificultades. Alaska y Segura fue en ese sentido un campo de minas. Una noche, tras una de sus peleas con la regidora por disponer más tiempo del invitado, Alfredo llegó a decirme que lo suyo era “reporterismo de guerra”. 
El espectador pudo verle en acción en algunos momentos del directo, derrochando telegenia con su bendita naturalidad, pero lo mejor de su trabajo estuvo en las trincheras, durante los complejos ensayos técnicos del programa. Era una delicia ver a Alfredo manejarse en las distancias cortas, donde es un consumado estratega, pues sabe seducir al invitado nada más saludarle y, antes de que se entere, robarle el alma. 
Así se fraguó esta vibrante colección de retratos que todavía me emociona contemplar, fiel testimonio de aquella televisión de momentos únicos que alentó la aventura de Alaska y Segura

Santiago Tabernero. 2015